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| Mc. 1, 14-20 | 
Empiezan las dificultades,  cuando no enfermedades, problemas, incomprensiones, pasa el tiempo,  envejecemos...etc., y nos sentimos perdidos, sin saber que hacer.  Buscamos y experimentamos que necesitamos a una mano amiga, segura,  fuerte, clara y firme que nos ayude a lenvantarnos  y nos aclare el camino a seguir, porque nuestro horizonte se ha quedado  desdibujado, borroso y no vemos por donde debemos caminar.
A  pesar de tanto desconcierto, nunca dejamos de sentir una voz interior  que nos llama al camino, a levantarnos, a continuar la marcha, a la  esperanza de descubrir el horizonte que siempre hemos buscado y que  deseamos encontrar ardientemente. JESÚS nos llama, nos invita a encontrarnos, con nosotros mismos y con ÉL.
En ÉL recuperamos fuerzas, encontramos el camino, damos sentido a nuestra vida y, a pesar del dolor, de las dificultades,  de los problemas e incomprensiones nace la esperanza y el gozo de  sentirnos amados y con fuerzas para amar. Porque sólo en el sufrimiento  podemos descubrir quien nos ama, y cuando nos sentimos amado nace en  nosotros la esperanza del verdadero amor que salva.
Por  eso, la Cruz, símbolo de nuestra fe, es la imagen que nos recuerda lo  que JESÚS nos ha amado, porque sólo cuando se sufre por otro, es cuando  manifestamos que verdaderamente lo amamos. Y JESÚS nos ama así, entregándose por nosotros hasta una muerte de Cruz.
Hoy,  la Palabra se hace vida en nosotros si la vivimos, y vivirla es  obedecer su llamada, y como Simón y Andrés, Santiago y Juan dejar  nuestras redes y seguirle.
 
