Posiblemente
hayamos oído esta parábola varias veces. Dependerá de tu actitud de seguir a
diario el Evangelio de cada día. En mi caso la he oído muchas veces y cada vez,
en la medida que trato de escucharla y abrirme a ella, mi corazón queda impregnado
del deseo y la actitud de servir.
Pienso que cada
uno de nosotros somos una viña, singular y personal para el Señor. Él ha plantado
la semilla de su Palabra en cada uno de nuestros corazones y nos ha dejado
libres para que la cultivemos, abonemos y demos frutos. Frutos que derramaremos
sobre los demás, de manera especial en los más necesitados. Frutos que
presentaremos al Señor cuando llegue el momento de presentarnos ante Él.
Ahora, ¿cómo va
nuestra vida? ¿Cuál es la cosecha que vamos consiguiendo y preparando para
cuando el Señor nos la pida? ¿Y qué clase de frutos vamos cosechando? Dar
respuesta a estas preguntas ira describiendo nuestra actitud, nuestro camino y
nuestra fidelidad a esa misión que el Señor nos encargó como administradores de
esa viña que el Señor nos confío.
Y todos sabemos que frutos vamos cultivando, cosechando y recogiendo con la buena intención de ofrecérselos. Será bueno y necesario estar en esa labor y, para ello, unidos al Espíritu Santo, para que nuestros frutos sean del agrado de nuestro Señor.