jueves, 20 de noviembre de 2025

EN BUSCA DE LA PAZ

Lc 19, 41-44

     El caos reinaba en la ciudad. No había autoridad —o, si la había, se había perdido—. Mandaban los grupos más fuertes, imponiendo su ley. Todo era desolación y ruinas.

   Eran tiempos convulsos para el pueblo, en los que la ambición de unos por mandar y el poder acomodaticio de otros se disputaban el gobierno. Nada podía terminar sino en desastre.

   Tanto unos como otros hacían oídos sordos al pequeño grupo de personas de buena voluntad que, acaudilladas por Ambrosio —un hombre justo y de paz—, intentaban llevar a la cordura y al razonamiento tratados de paz.

    —Amigos, seamos sensatos —hablaba Ambrosio a los enfrentados—. Pensemos en las mujeres y los niños, y en el bien del pueblo.
    —Esto no tiene arreglo —respondió el líder de uno de los bandos—. No hay manera de entenderse con estos orgullosos.

    Se hizo un silencio. Del otro lado no llegó ninguna reacción.

    —Hemos decidido que ellos o nosotros —dijo finalmente el mandamás del bando contrario.
    —Pero… eso sería la guerra y la destrucción —clamó Ambrosio.
   —Que sea lo que sea —respondieron ambos líderes, dispuestos ya al enfrentamiento y a la devastación.

   Entonces Ambrosio, de rodillas y con las manos juntas, elevó sus ojos al cielo y recordó aquel pasaje evangélico (Lc 19, 41-44), cuando Jesús, al acercarse a Jerusalén, lloró sobre ella diciendo:
   «¡Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos…»

  Era evidente que la ceguera había calado hondo. Los oídos estaban cerrados, el odio encendido, y la confrontación parecía inevitable.
    No habían escuchado las palabras de Ambrosio, que les hablaba de la propuesta pacífica de Jesús: una sociedad basada en la compasión, capaz de romper la espiral de violencia mediante el perdón.