miércoles, 17 de diciembre de 2025

DESDE ABRAHÁN A JESÚS

Mt 1, 1-17

   Después de un largo camino, Joaquín sintió deseos de descansar. Tenía sed y, al pasar por delante de una terraza, tomó asiento y pidió agua.

    —Buenos días, Señor —se oyó la voz agradable de Santiago, el camarero. ¿Desea usted tomar algo?       
    —Sí, un poco de agua, por favor. —¡Ah!, perdone, aprovecho y me tomo un buen café. Me han dicho que por aquí lo sirven muy bueno.
    —¡Sin lugar a duda, señor! Está usted en la terraza del mejor café —respondió Santiago.

    Manuel había presenciado la conversación de Santiago y el cliente recién llegado. Le llamó la curiosidad sus palabras sobre la fama del buen café que servía Santiago. Y sin poderlo remediar, le dijo.

    —Buenas, señor. Si me permite, y no es indiscreción, ¿dónde ha oído usted lo del buen café de esta terraza?
    —Claro que no, caballero —respondió Joaquín—, se lo he oído decir a unos amigos que suelen venir por este lugar. Siempre hablan del buen café de la terraza de Santiago.

    Dibujando una suave sonrisa, Manuel se congratuló al oír esos elogios de boca del recién llegado.

    —Me alegra oírselo decir, pues es verdad. Yo lo corroboro, que vengo a diario a tomarlo.

    —Y no es cumplido —añadió el señor— ahora que acabo de probarlo. ¡Doy fe de que es excelente!

    Santiago, que estaba cerca, al oír ese piropo, exultó de gozo y dijo:

    —¡Muchas gracias!, señor.

    Se hizo un breve silencio interrumpido por una sorprendente pregunta que resonó interiormente en el interior de Manuel.

    —He nacido en esta tierra y muy poco, por no decir nunca, he venido por estos lugares. No conocía esta terraza sino de oídas. Me pregunto —dijo Joaquín—, ¿qué sé yo de la historia de mi vida?

    Manuel, extrañado por esa repentina pregunta, y mirando para Joaquín, dijo:

    —¿Por qué se cuestiona usted? ¿Acaso le ocurre algo?

    Algo confuso y frunciendo el ceño, Joaquín mostró un cierto malestar en su mirada.

    —Cuando no sabes tu pasado, te es más difícil encontrar tu camino y, sobre todo, tu destino. Andas como perdido sin saber de dónde vienes y a dónde vas.

    Entonces Manuel, clavando sus ojos en él, con ternura y compasión, dijo.

    —Hay muchos momentos en la vida en que nos sentimos perdidos. Unos porque no encuentran su camino; otros, porque han perdido su origen, y muchos porque no saben cuál es su destino.

    Joaquín, sintiendo interiormente un sobresalto, dijo.

    —Creo que soy uno de esos que anda perdido.

    Manuel, abrió su Biblia, buscó en Mt 1, 1-17 y leyó: Libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán…

    Hizo una pausa y, mirándolo, dijo.

    —El origen de Jesús, como el nuestro, está conformado por historias llenas de nobleza, pero también de mezquindad o fruto del pecado. Y todas han sido necesarias para que Jesús naciera, ninguna sobraba.

    Joaquín no apartaba la mirada de Manuel, atento a todo lo que decía. Su cara reflejaba un asombro gozoso.

    —Dios va construyendo salvación a partir de nuestro barro humano, nada desecha, todo lo revierte en gracia para la humanidad. Y ahí estamos tú y yo.

    La expresión de Joaquín era exultante de gozo y alegría interior. Se le notaba una confiada seguridad. Sabía ahora dónde debía buscar y cómo lo tendría que asumir. Su pasado no era ahora un tormento, sino una esperanza de encuentro, amor, misericordia y paz.

    De nuevo, la terraza de Santiago había sido una buena ocasión para que otra persona, en este caso, Joaquín, descubriera el camino que le diera esperanza para encontrar su verdadero destino.