| Mt 1, 1-17 |
Manuel había
presenciado la conversación de Santiago y el cliente recién llegado. Le llamó
la curiosidad sus palabras sobre la fama del buen café que servía Santiago. Y
sin poderlo remediar, le dijo.
Dibujando una suave sonrisa, Manuel se congratuló al oír esos elogios de boca del recién llegado.
—Me alegra oírselo decir, pues es verdad. Yo lo corroboro, que vengo a diario a tomarlo.
Santiago, que estaba cerca, al oír ese piropo, exultó de gozo y dijo:
—¡Muchas gracias!,
señor.
Se hizo un breve
silencio interrumpido por una sorprendente pregunta que resonó interiormente en
el interior de Manuel.
—He nacido en
esta tierra y muy poco, por no decir nunca, he venido por estos lugares. No
conocía esta terraza sino de oídas. Me pregunto —dijo Joaquín—, ¿qué sé yo de
la historia de mi vida?
Manuel, extrañado por esa repentina pregunta, y mirando para Joaquín,
dijo:
—¿Por qué se cuestiona usted? ¿Acaso le ocurre algo?
Algo confuso y frunciendo el ceño, Joaquín mostró un cierto malestar en
su mirada.
—Cuando no sabes tu pasado, te es más difícil encontrar tu camino y,
sobre todo, tu destino. Andas como perdido sin saber de dónde vienes y a dónde
vas.
Entonces Manuel, clavando sus ojos en él, con ternura y compasión, dijo.
—Hay muchos momentos en la vida en que nos sentimos perdidos. Unos
porque no encuentran su camino; otros, porque han perdido su origen, y muchos
porque no saben cuál es su destino.
Joaquín, sintiendo interiormente un sobresalto, dijo.
—Creo que soy uno de esos que anda perdido.
Manuel, abrió su Biblia, buscó en Mt 1, 1-17 y leyó: Libro del
origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán…
Hizo una pausa y, mirándolo, dijo.
—El origen de Jesús, como el nuestro, está conformado por historias
llenas de nobleza, pero también de mezquindad o fruto del pecado. Y todas han
sido necesarias para que Jesús naciera, ninguna sobraba.
Joaquín no apartaba la mirada de Manuel, atento a todo lo que decía. Su
cara reflejaba un asombro gozoso.
—Dios va construyendo
salvación a partir de nuestro barro humano, nada desecha, todo lo revierte en
gracia para la humanidad. Y ahí estamos tú y yo.
La expresión de
Joaquín era exultante de gozo y alegría interior. Se le notaba una confiada
seguridad. Sabía ahora dónde debía buscar y cómo lo tendría que asumir. Su pasado
no era ahora un tormento, sino una esperanza de encuentro, amor, misericordia y
paz.
De nuevo, la terraza de Santiago había sido una buena ocasión para que otra persona, en este caso, Joaquín, descubriera el camino que le diera esperanza para encontrar su verdadero destino.