Lc 11, 5-13 |
—La vida, ahora, me sonríe, pero no siempre ha sido
así —comentaba Eusebio—. a sus amigos. Ha habido momentos en que lo he pasado
muy mal y, dentro de ese sufrimiento, me he dado cuenta del valor de la amistad
y de los buenos amigos. Entonces es cuando descubres quién está a tu lado y
quién no.
Hizo una pausa, bebió un trago de agua y prosiguió:
—Hace algún tiempo, cuando todo empezaba a funcionar
bien y el futuro prometía, me vino una enfermedad. Al mismo tiempo, uno de mis
colaboradores más valiosos enfermó. No de gravedad, pero sí por un largo
tiempo.
—¿Y cuál fue tu reacción? —preguntó Pedro, que se
encontraba entre los amigos.
—De abatimiento y desolación —respondió Eusebio—. Se
me vino el mundo encima. Todo, pensé, se había venido abajo en cuestión de
segundos: yo, enfermo y esperando un diagnóstico que me diera esperanza, y,
quizás, mi mejor colaborador fuera de servicio por un largo tiempo.
—¿Tomaste alguna solución…? ¿Alguna medida? —dijo
uno de los presentes.
—Me quedé paralizado, sin saber qué hacer.
Simplemente, levanté la mirada y, desde lo hondo de mi corazón, lancé un clamor
de auxilio.
—Cuando nuestra vida toca fondo, suele pasar eso.
Desesperados acudimos a ese Dios que vive en nuestros corazones —queramos o no
aceptarlo— y le pedimos que nos saque del atolladero.
Todos miraron hacia atrás, sorprendidos por esa voz.
Era Manuel, que, sin que los demás lo advirtieran, había llegado
silenciosamente y escuchaba atentamente lo que exponía Eusebio.
—Cierto, ese fue mi sentimiento —añadió Eusebio—. No
sabía a quién recurrir. Levanté mi mirada y sentí un deseo de gritar y
enfadarme con el Señor. ¿Por qué me ocurre esto a mí ahora?
—Es la reacción lógica —dijo Manuel—. En el fondo,
estás entrando en la conciencia de que solo Dios te puede ayudar. Es la señal
de que empiezas a tocar fondo y a darte cuenta de que tu vida está en manos de
Dios. Y que necesitas pedir, buscar y llamar. Es lo que nos sugiere Jesús en Lc
11, 5-13.
En la vida, tarde o temprano, necesitamos ayuda.
Cuando nos encontramos solos o somos rechazados, cuando nos alcanza la
enfermedad o experimentamos el fracaso o el abandono, o cuando el peso de las
desgracias ajenas nos oprime, entonces, cuando ya no quedan más recursos, nos
dirigimos a Dios confiadamente, poniendo ante Él lo que necesitamos.
La historia de Eusebio concordaba con las palabras
de Manuel. Y eso daba un haz de luz esperanzada a todos los oyentes.
Verdaderamente, necesitamos pedir, buscar y llamar el auxilio de nuestro Padre
Dios.