Es evidente que la
necesidad espabila. Solo cuando sientes necesidad de algo te pones en
movimiento, buscas, llamas y pides. De lo contrario permaneces pasivo y sin
preocuparte de nada. Incluso, es posible que desparrames más de lo que
realmente debes. Ahora, lo que importa es discernir que realmente necesito y
que me interesa y vale la pena buscar, pedir o llamar.
¿Vale la pena
ganar el mundo? Hemos experimentado por nosotros mismos y conocido incluso por
los anteriores a nosotros que las riquezas, el poder y todo el éxito conseguido
y ganado en este mundo no da esa felicidad plena que buscamos. Además,
constatamos que la vida en este mundo se nos va. Envejecemos y nada de lo que
hemos conseguido, bienes, poder y riqueza nos devuelven la vida ni nos dan la
felicidad.
Entonces, ¿qué es
lo verdaderamente importante? Precisamente, de eso se trata, de buscar, pedir y
llamar lo único verdadero, eterno y pleno de felicidad: la Vida Eterna. Y esa
vida no nos la da el mundo ni los bienes, riquezas y poder. Solo la podemos
encontrar y conseguir en la desesperada búsqueda, llamada o insistencia de
pedir al que todo lo puede, nuestro Padre Dios, que nos la ofrece gratuitamente
porque nos ama misericordiosamente.
Para ello se hace necesario este tiempo cuaresmal donde despertemos ese deseo de encuentro con ese Dios que me ama y que me da el gozo y felicidad eterna. Un Dios que me da testimonio de su Pasión, Muerte y Resurrección y me señala el camino que en este mundo puedo encontrar y vencer en el amor profundo, incluso a los enemigos, como lo vivió y nos enseñó Jesús. Él debe ser nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. Y es ese camino cuaresmal el que nos ánima y nos lleva a ese encuentro personal y comunitario con Jesús y los hombres.