lunes, 30 de septiembre de 2019

RIQUEZAS Y TENTACIONES

Resultado de imagen de Lc 9,46-50
Sólo Dios puede librarnos de nuestra esclavitud, nuestra condición humana, que nos esclaviza y nos somete y nos empuja a buscar los puestos de mayor relevancia, de mayor rango y mando y, por supuesto, los más importante. Eso nos hace más fuerte, más poderosos y nos permite estar por encima de los demás. Es condición humana y ya los apóstoles lo sufrieron en sus propias carnes cuando se disputaron, los hijos de Zebedeo - Mc 10, 35-45 - los primeros puestos.

La consecuencia son los enfrentamientos y las luchas entre los hombres, familias, grupos y comunidades. Nacen los odios, las venganzas y luchas internas por acaparar el poder y mandar sobre los demás. Todo lo contrario a lo que Jesús nos ha propuesto, el amor. Un amor que nos invita a servir, a ser humildes y a no considerarnos mayores que nadie. Y esto nos exige una constante lucha contra nosotros mismos, contra nuestro propio orgullo, contra nuestra propia ambición y nuestro deseo de ser más y poder sobre los demás.

La cuestión está en mirarnos a nosotros mismos y el tratar de descubrir nuestros deseos de ambición y de poder. La clave está en la humildad y en sostener una actitud de servicio, de no sentirnos más que el otro y de no ambicionar los primeros puestos. Jesús nos lo describe y nos lo expone muy sencillamente: «El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es mayor».

Todo queda muy claro. Se trata de limpiar nuestro corazón de toda inmundicia, de toda mala intención y de todo deseo de poder y riqueza. Se trata de abrirnos a una actitud de compartir, de disponibilidad de todas nuestra riquezas, tanto espirituales como materiales, al servicio de quienes más lo necesitan y sufren carencias de todo tipo y a las que nosotros podemos aliviar.