miércoles, 30 de julio de 2025

QUEMADOS POR UNA ACTITUD DE BÚSQUEDA

Mt 13, 44-46

        Aquel día, Pedro se sentía pletórico. Era uno de esos días hermosos que invitan a vivir intensamente y a gritar:
            —¡Viva la vida!

           Además, el clima acompañaba: el cielo parecía pintado, como en uno de esos paisajes de Vincent van Gogh. Pedro tenía un deseo profundo de buscar, de indagar, de preguntar… Una inquietud que incluso a él le resultaba extraña. Siempre había sentido cierto impulso interior, pero aquella mañana era diferente. ¡Se sentía tan bien!

           —Qué bien te veo, Pedro —exclamó Manuel al encontrarse con él en la terraza—. Tu cara refleja alegría, paz… Pero también una especie de inquietud. ¿Qué te pasa? 
        —No sé cómo explicarlo, pero sí, es verdad: me siento justo como dices. Siento algo dentro que me quema. Es como si estuviera buscando algo importante, como si se tratara del mayor tesoro de la vida. ¿Tú qué opinas?
        —Se me ocurre que podría ser una llamada a dar un paso más. Te lo digo desde la fe, porque no lo sé interpretar de otra manera. Hay momentos en los que uno siente un impulso interior, una llamada a ir más allá, a descubrir algo nuevo. Como si despertara una vocación escondida. 
        —Pues no lo sé con certeza, pero creo que no estás lejos de lo que siento. Tengo deseos de buscar y de pedir luz para esa búsqueda. Es como si estuviera yendo tras el tesoro más grande que uno pueda encontrar. Y mira, ahora que lo pienso, quizás todo esto tenga que ver con el Evangelio que leí hace unos días: la parábola del tesoro escondido (Mt 13, 44-46). Me tocó el corazón. 
        —Eso lo explica todo. Yo te entiendo, Pedro. Pero sabes que si lo contaras a alguien que no vive su fe, te tomaría por loco. 
        —Ni de broma se me ocurre compartir esto con alguien que no cree… o cuya fe esté, digamos, dormida. 
        —Eso es: dormida, no muerta. Muchos hoy solo obedecen a su razón, y creen que el verdadero tesoro está en el poder, el dinero, el éxito o en todo aquello que los haga importantes en este mundo. No se dan cuenta de que todo eso se queda aquí. 
        —Exacto. Al final, solo nos llevamos las obras de amor que hayamos hecho. 
        —Claro, hay cosas importantes en esta vida, pero la más esencial es la vida eterna, para la que hemos sido creados. Ese es el Tesoro que todos llevamos inscrito en el corazón: la impronta de Dios. Y es ese el tesoro que debemos descubrir.

Pedro y Manuel continuaron su conversación en esa misma dirección, sintiéndose ambos llamados a una búsqueda más profunda. Sus vidas, sus pasos, sus preguntas, eran parte del camino hacia ese Tesoro escondido del que habla el Evangelio. La vida, al final, es eso: una oportunidad y un examen que todos debemos afrontar con valentía para alcanzar lo único que no pasa: el Reino de Dios.