¿Qué vida nos espera
si pensamos que todo termina en este mundo? ¿Para qué entonces tantos afanes,
esperanzas, ideales y trabajo? ¿Qué sentido tiene todo esto? Es evidente que
sin una esperanza en el más allá la vida pierde todo su sentido. Luego, la
cuestión será plantearnos ¿en qué, o mejor, en quién creer?
No cabe ninguna
duda que Aquel en quien creamos tendrá que ser Alguien cuya autoridad y palabra
sea digna de creer y toque profundamente nuestros corazones. Quizás esa sea la
respuesta a la necesidad de los milagros que hace Jesús. Realmente no busca su
lucimiento personal sino despertar en nuestros corazones la fe en Él. Su
Palabra y su Vida dan crédito a nuestra fe y asombro: Todos quedaron pasmados de tal manera que se
preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con
autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen».
Ahora, ¿y nosotros? ¿Nos hacemos la misma pregunta? ¿Nos asombramos de la Vida y Obras del Señor? Porque están escritas en los Evangelios. Y los que han experimentado su Palabra también han experimentado su presencia: ¡Jesús Vive y está entre nosotros! Ahí están los interrogantes a los que tenemos que dar respuesta con nuestra vida. Y Jesús, el Señor, la espera.