No tenemos otra
misión que la de ser misericordiosos. Y, misericordiosos, en la medida que
cuanto más recibamos, más demos y nos demos. Porque esa es la medida con la que
seremos medidos al final de nuestra vida. El pasaje evangélico de hoy lunes
termina con esas palabras: «pues con la medida
con que midiereis se os medirá a vosotros».
Se trata pues de
ser misericordioso como lo es nuestro Padre Dios con cada uno de sus hijos. Esa
es la exhortación que Jesús nos hace en el Evangelio de hoy y por la que
realmente somos salvados. Sin misericordia estamos perdidos porque no merecemos
ser perdonados y solo por la Infinita Misericordia de Dios somos salvados.
Luego, ¿cómo si
somos salvados por la Misericordia de Dios nos vamos nosotros a negar a
perdonar a los que nos ofenden? ¿No nos damos cuenta de que tenemos que
perdonar como Dios nos perdona? ¿No es eso lo que rezamos en el Padrenuestro?
¿Con qué cara podemos presentarnos delante de nuestro Padre pidiéndole su
perdón si nosotros no perdonamos a los que nos han ofendido? Está claro que nuestro
camino es un camino de misericordia.
Y digo camino porque no es fácil ser misericordioso. Es más, diría que imposible si pretendemos ser misericordioso a partir de nuestras fuerzas. Necesitamos la Gracia de Dios para, poco a poco, ir convirtiendo nuestro endurecido y egoísta corazón en un corazón suave, humilde, paciente, comprensivo, generoso y misericordioso. Y eso nos exige ir a su lado y nunca apartarnos de Él. Nuestra meta es ser misericordioso como lo es nuestra Padre Dios.