Hay momentos en los que siento la necesidad de guardar
silencio. Silencio suficiente como para poder escuchar, dentro de mí, lo
verdaderamente importante. La vida está llena de cosas buenas, pero no todas
son necesarias. Algunas lo son; otras, imprescindibles; muchas, simplemente
útiles… y otras, directamente, van a la basura.
En medio de estos pensamientos, escuché la voz de un
amigo inconfundible.
—Buenas, amigo. Me alegra encontrarte por este lugar
tan nuestro y tan frecuentado. ¿Te invito a un café?
—Buenos días, Manuel. No, gracias, acabo de tomármelo.
—¿Cómo estás? Justamente estaba reflexionando sobre la importancia del silencio
en nuestra vida. Sobre todo para discernir cuáles son los valores realmente
imprescindibles. ¿No te parece?
—Sí, estoy de acuerdo contigo. Y añado que, en la
vida, hay valores que son esenciales, otros no tanto, y muchos más que solo son
de uso cotidiano… y terminan en la basura. Saber discernir, como bien dices,
es fundamental para el rumbo de nuestra vida.
—Estamos de acuerdo, Manuel. Pero dime: ¿cuáles son,
para ti, esos valores?
—Lo tengo claro: todos aquellos que cuentan en el
Reino de los Cielos, al que estamos llamados. Para mí, esos son los
imprescindibles. Y también los medios que nos ayudan a alcanzarlos. ¿Me
entiendes?
—Sí, creo que sí. Me estás diciendo que todos los
valores que llevan la sustancia del amor y del servicio gratuito son los
importantes. Y que todo lo que carece de ese espíritu, no cuenta. ¿Es así?
—Exactamente. Quienes aman gratuitamente y sin
condiciones son los verdaderamente elegidos. Quienes se aman solo a sí mismos y
miran únicamente por ellos, serán descartados.
—Creo, amigo Manuel, que has dado en el clavo.
Todos nuestros logros y esfuerzos adquieren verdadero
valor cuando buscan la verdad y la justicia de los más necesitados. Y cuando lo
hacemos desinteresadamente, movidos por el amor y la compasión.
Pedro y Manuel, después de un diálogo sincero, habían
coincidido: discernir es reconocer el valor de lo verdaderamente
imprescindible.