martes, 8 de septiembre de 2020

MARÍA, LA PUERTA DE NUESTRA SALVACIÓN

Pin en Dios, la Virgen y Santos
Mt 1,1-16.18-23
Quizás nos resulta familiar y conocido el texto del Evangelio de hoy. Posiblemente, los asiduos a la lectura diaria del Evangelio, lo conocerán, si no de memoria, si en su contenido. También es frecuente ver escenificaciones de esos momentos que marcaron la acontecido a María y José en los momentos previos a su nacimiento. La Navidad, fecha en la que celebramos el nacimiento de Jesús, es la época más propicia para su representación y recuerdo.

La realidad que tanta repetición se presta a viciarse y a ser difícil reflexionarla con aires renovados e intenciones puras que nos ayuden a fortalecer nuestra esperanza y purificar nuestro espíritu. Se hace necesario un esfuerzo de nuestra parte, a la luz del Espíritu Santo, para, abundando en el espíritu de María y José, ser capaces de vislumbrar su fe y su marcada obediencia a la Voluntad de Dios.

La primera intención que, ahora, en este momento que reflexiono, entra en mi corazón es la dureza y monotonía de cada día. Es la batalla contra la tentación de "otra vez con lo mismo" y el cansancio de la insistencia, de la esperanza y de la fe. Pienso, ¿cuántas veces se ha cansado María? Y, ¿cuántas dudas han pasado por su cabeza? ¿Cómo es posible que Dios me pida esto así?, pudo pensar María ¿No podía ser de otra manera? También yo me pregunto muchas cosas respecto a mis sueños.

¿Y José? ¿Cómo pudo enfrentarse a aceptar el estado de María? ¿Creyó en su sueño según le anunciaba el ángel sobre María? ¿Y yo, creo en mis sueños cuando intuyo que Dios me indica algo? Con estas preguntas y otras que puedan surgir quiero dejar patente lo difícil que resultó para María y José seguir la Voluntad del Padre. Y, por tanto, destaco la obediencia de María, su gran fe y esperanza en que la Voluntad de Dios era lo que debía realizar. Más tarde, su Hijo, diría: "Mis padres, hermanos son - Lc 8, 19-21 -  los que hacen la Voluntad de Dios"

De José podríamos decir lo mismo. Acepto esa misión de ser el padre adoptivo de Jesús superando todas las dificultades que la sociedad de su época le presentó, aceptando a María como su esposa a pesar de los acontecimientos que se habían producidos contrarios a las costumbres de su pueblo. Supo poner la obediencia y la fe por encima de sus proyectos. Dios el centro de su vida. Ahora nos toca a nosotros hacer lo mismo, y para ello, tener los oídos y los ojos muy abiertos.