viernes, 22 de febrero de 2019

JESÚS INSTITUYE EL SACRAMENTO DEL PERDÓN

Resultado de imagen de Mt 16,13-19
En muchos momentos de tu vida deseas y quieres que te demuestren el reconocimiento de lo que otros te estiman, te quieren y te valoran. Eso nos descubre la necesidad que tenemos de ser amados, como de, en correspondencia, amar nosotros también. El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, y la prueba es que es un ser en relación. Necesita, pues, amar y ser amado.

Definimos a Dios como Amor. Dios nos ha creado por Amor y su esencia es el Amor. No se entendería de otra forma que nos sostenga con vida y con la esperanza de vivir eternamente a su lado en plenitud de gozo y felicidad. Pero, encarnado en la segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo, enviado a este mundo para salvarnos, nuestro Señor Jesucristo, ha querido en un momento saber que pensaban de Él sus discípulos más íntimos. Y les pregunta que han oído decir a la gente de Él:

                                                                                                               «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Pero, ahora, quiere saber qué piensan ellos y les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Y, Jesús, responde: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».

Jesús sabe que tiene que marchar y que su misión tiene que seguir. Por lo tanto, deja a Pedro como su sucesor y funda la Iglesia, la comunidad de sus apóstoles y discípulos. Y les confiere el poder de guiarla, de dirigirla y de perdonar los pecados. Y así continúa la Iglesia hasta nuestros días, y continuará hasta la prometida segunda venida del Señor. Nadie podrá destruirla.