Lc 6, 1-5 |
Pedro miró a Manuel fijamente. Frunció el ceño y,
con gesto serio, le preguntó:
—¿Qué piensas de la ley?
—¿A qué ley te refieres? —respondió Manuel,
intrigado.
—A la ley en general.
—La ley es para cumplirla. Si no, sobra. ¿Qué
sentido tiene poner leyes que nadie respeta?
—Ninguno —admitió Pedro.
—Entonces, ¿por qué lo preguntas?
Pedro suspiró:
—Estaba leyendo el Evangelio —Lc 6, 1-5—, cuando los
discípulos arrancan espigas y las comen. ¿Eso rompe la ley del sábado?
Manuel pensó un momento antes de responder:
—El sábado es un regalo. Es tiempo de descanso, como
cuando el Creador descansó tras su obra. Es día de oración y de paz; ocasión
para estar con Dios y con los demás.
—Pero… ¿no están faltando a la ley?
—Depende de cómo la mires.
—¿Cómo que depende? ¿Acaso la ley puede mirarse de
otra forma?
—Tal vez quebranten la letra de la ley, pero no su
espíritu. El sábado fue dado para el bien del hombre y la mujer. Dios, que es
Padre, lo pensó para que crezcamos en lo más humano y verdadero.
Pedro asintió lentamente.
—Entonces, lo importante no es la letra, sino el
espíritu de la ley.
—Exactamente —dijo Manuel—. Pregúntate: ¿está el
hombre en función del sábado o el sábado en función del hombre? ¿Qué pesa más:
el sábado o el bien de la persona?
—Claro… El hombre está por encima de la ley.
Pedro sonrió. Lo había entendido: el sábado es para el hombre, nunca el hombre para el sábado. Encontró paz al descubrir que el amor es la esencia de toda ley.