lunes, 21 de febrero de 2022

LA FUERZA DE LA ORACIÓN

Mc 9,14-29

 Se supone que quien reza es porque tiene fe. Posiblemente, la medida de esa fe puede ser mayor o menor. Eso se verá según sus obras, pero, la oración va descubriendo esa medida de nuestra fe. Quien reza persevera y la fe va alimentando nuestra esperanza y el compromiso de nuestro amor. En realidad somos seres comprometidos por amor, pues, del Amor y por el Amor hemos sido creados y, al Amor iremos a desembocar como una afluente a su rio.

Cuando pides y suplicas – en tus oraciones – se supone, y lo dejas entrever, que lo que te empuja es tu fe y tu esperanza en el Señor. Esa es la consecuencia de tu oración – diálogo con el Señor – en la esperanza de que seas escuchado y atendido. La esperanza de que Alguien te oye, te escucha y te responderá. La oración, por tanto, es la medida de tu fe. O dicho de otra forma, tu fe queda medida y al descubierto por el ejercicio e intensidad de tu oración.

La forma que tenemos de relacionarnos y comunicarnos con nuestro Padre Dios la llamamos oración. Decimos que orar es hablar con Dios, y, a través de ella le pedimos y le contamos nuestros problemas, dificultades y deseos. Le pedimos su Misericordia, porque, somos conscientes de nuestra pobreza, fracasos y pecados. Somos indignos de merecer nada y, si alguna posibilidad tenemos es por su Infinita Misericordia. Ella nos salva y nos devuelve nuestra dignidad de ser, por nuestro bautismo, hijos de Dios.

Ahora, también nosotros tendremos que empeñarnos y aplicarnos a aprender a orar. Porque, no se trata de suplicar y pedir lo que a nosotros nos gusta, nos parece mejor y muchas cosas más. Se trata de hacer la Voluntad de Dios, y esa debe ser nuestra central petición, que nuestro corazón, recibiendo la Gracia y la fuerza de su Espíritu, haga su Voluntad. Seamos perseverantes en pedir eso, hacer su Voluntad.