domingo, 13 de agosto de 2023

NI NUESTRA PROPIA OBSTINACIÓN NI LA FALTA DE FE IMPEDIRÁN QUE JESÚS SALGA A NUESTRO ENCUENTRO.

Es evidente que no vemos al Señor, más todavía cuando nos metemos en nuestras propias cuevas que originan nuestros miedos, nuestras desconfianzas, nuestras dudas. Y, por supuesto, quedamos cegados por las tormentas y tempestades que originan nuestros propios miedos, dudas y desconfianzas. Quizás permanecemos en nuestras cuevas y no nos atrevemos a salir. Desconfiamos y pensamos que el Señor no está, se ha ido y nos ha abandonado.

¿Qué hacemos? ¿Es el mundo nuestra solución y esperanza? Sabemos ciertamente que no. Al final del camino conocemos muy bien, por mucho que queramos mirar para otro lado, el destino que nos espera. Y eso no es nada bueno ni esperanzador. La muerte, si no está aceptada y fundamentada en Xto. Jesús, Resucitado, no es Vida. El Señor nos lo ha dicho – Jn 11, 19-27 – quien cree en Él vivirá eternamente.

Somos consciente de todo lo que sucede a nuestro derredor. Incluso dentro de nuestra propia Iglesia. Hay muchas tormentas, huracanes, decepciones, escándalos, injusticias y un largo etcétera que nos invitan a permanecer pasivos en nuestras cuevas sin atrevernos a salir. Sin embargo, el Señor nos espera afuera, en la brisa suave de nuestra esperanza, de nuestra confianza y de nuestro paso al frente confiado y puesto en sus manos.

Experimentamos muchas dificultades en nuestras propias relaciones y afectos y nos sentimos impotentes, pequeños, incapaces de descubrir la presencia del Señor. Buscamos la bonanza y no nos damos cuenta de que Dios se nos presenta en las propias tormentas de nuestras vidas. Porque, precisamente, es ahí donde necesariamente tenemos que desempolvar nuestro corazón y sacar todo el amor del que somos capaz. Porque, solo amando descubriremos la presencia de Dios que nos espera en el otro. ¿Es que no recuerdas que el primer mandamiento que nos puso Jesús fue amar a Dios y al prójimo?