Cuando pedimos algo ocurre que en la mayoría de las veces lo pedido no es necesario para nuestro crecimiento y madurez humana, y menos espiritual. Siempre, o casi siempre, pedimos para nuestro propio interés personal. Nuestra tendencia natural, por nuestra humanidad caída, se inclina a ser egoísta y, por tanto, nuestras peticiones y deseos son egoístas.
Y, nuestro PADRE DIOS, que sabe lo que verdaderamente necesitamos para salvarnos, nos da lo que es bueno para nosotros y para poder llegar a su Casa. Es nuestro PADRE, y nos quiere mucho, y como buen PADRE nos da lo que es bueno para nosotros.
Debemos, pues, aprender a pedir y desear, por tanto, sólo aquello que nos sirve para atesorar verdaderos tesoros en el cielo, porque es allí donde está nuestra felicidad eterna. Todo lo demás, aunque necesario, son cosas caducas y su destino es corromperse y desaparecer. Son medios en cuanto nos sirven para recorrer el camino hacia la Casa del PADRE, pero nada más.
Y así lo entendió el Centurión. Pidió, no para sí, sino para los intereses de su siervo. Y de forma humilde, confiada y dispuesto a abajarse por la salud de su criado. Más desapego e interés por otro, incluso de condición sometida a él, es digna de ser escuchada. Y JESÚS dándose cuenta le escucha y le atiende.
¿Podemos nosotros hacer lo mismo? Esa es la pregunta que hoy nos interpela la Palabra de DIOS. Aprender a pedir el pan nuestro de cada día. Y para ello necesitamos ponernos en Manos del ESPÍRITU SANTO y recabar su ayuda para que, saliendo de nosotros mismos, seamos capaces de pedir, llenos de amor, por el bien de los otros.
Que sepa, DIOS mío, encontrar la luz y la fuerzas
para desapegarme de mí mismo y darme en
generosidad y caridad a mis hermanos.
Te lo pedimos en el nombre de tu HIJO JESÚS
que nos lo ha prometido y enseñado con
la oración del PADRE Nuestro. Amén.
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