Es evidente que estar en la presencia del Señor tiene que ser algo impresionante, inenarrable y plenamente gozoso. Y, más evidente es todavía, sólo hablo por mí, de que yo no estoy en la presencia del Señor. Y lo digo porque tiene que notarse esa conciencia de saberse en la presencia del Señor, y yo, aunque estoy muy cerca de Él, incluso llego a tocarlo con mis manos y repartirlos a los demás, no siento o experimento esa presencia, a pesar de la que lo deseo con toda mis fuerzas.
Supongo que la
experiencia de María, la hermana de Marta, experimentó esa presencia. Y supongo
que eso fue lo que transmitió luego a su hermana. Estar con Jesús, eso sí lo
creo y espero que Él me lo dé, es estar plenamente en el gozo y felicidad plena.
Estar con Jesús debe ser la experiencia de las experiencias, lo más sublime y
grandioso que podamos experimentar. Desde esta experiencia envidio a María, la
hermana de Marta, al poder estar sentada a sus pies y oírle hablar. Eso debe
ser lo más grande que podamos experimentar. Y así creo que lo experimentaron –
valga la redundancia – todos los apóstoles y santos que nos han precedidos, y
los que actualmente son nuestros contemporáneos.
Y, por un lado, siento tristeza por estar ya en los últimos años de mi vida. Pero, por otro, me llena de esperanza y de gozo el saber que Jesús, el Señor, me llama, me busca, está a mi lado, aunque yo no lo advierta. Y me dará su Amor Misericordioso, que me permitirá verlo y estar a su lado algún día. En esa esperanza camino aguardando su llegada y esperando tomar conciencia de su presencia. Al menos, y no es poco, sé que está a mi lado y trato de mantener mi corazón abierto a su Palabra y presencia.
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