(Mt 8,5-11) |
Se me ocurre pensa que habría pasado con el centurión si no hubiese tenido aquel estimado siervo enfermo. Podemos pensar que gracias a esa enfermedad de su querido siervo, él buscó y creyó que Jesús podía sanar a su siervo. Y su fe le movió a pedirselo a Jesús. Y tanta fue su fe que, sintiendose indigno de que el Señor fuese a su casa, le pidió que con sólo su Palabra bastaría para sanar a su siervo.
Al empezar la reflexión de este Evangelio me he dado cuenta que todas las cosas nos llevan a Dios. Incluso las que, aparentemente, nos parecen malas, porque es en esos momentos, por desgracia, cuando más recurrimos al Señor. Supongo que si el centurión no hubiese tenido al siervo enfermo no se habría acordado del Señor, pues no le hacía falta.
Y eso nos ocurre a todos. Ya lo dice el refrán: "Solo te acuerdas de Santa Barbara cuando truena". Por eso me inclino a pensar que muchas veces los caminos torcidos nos lo endereza el Señor. Caminos que está llenos de amor, porque no podemos olvidar que el Centurión se mueve por amor. Está agradecido de su siervo y le aprecia por esa fidelidad con la que le ha servido tanto tiempo. Y eso es amor, y por amor se mueve y busca al Amor con mayúscula, el Señor, para que le sane a su siervo.
En la vida nos ocurre a nosotros lo mismo. En muchos momentos tenemos problemas y necesidades que buscamos solucionar. Y cuando esas necesidades están guiadas por amor nos encontramos con el Señor. Y es que estamos hechos por amor y para amar, y cuando descubrimos el gozo del amor nos tompamos con el Señor.
Por eso, no perdamos nunca la esperanza por muy mal que nos vayan las cosas en la vida, porque el Señor está siempre con nosotros, y está para salvarnos. Su Palabra es Palabra de Vida Eterna.
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