Mt 8, 5-17 |
Si tuvieras fe como un granito de... -Mt 17, 20- todo sería diferente. Aquel centurión la tuvo y Jesús, el Señor, no pudo resistirse. Es más, quedó admirado de esa gran fe del centurión lo que le llevó a decir: "En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe".
Sin embargo, no es fácil tener esa fe. Entre otras cosas porque no depende de nosotros. La fe es un don de Dios, y como tal podemos pedirla y esperar a que el Señor, que nos conoce y sabe lo que vive en lo más profundo de nuestro ser, nos la conceda. No tratemos de juzgar ni tratar de entender al Señor, porque no podremos. Tratemos de confiar y de esperar pacientemente. Si no nos viene la fe será porque el Señor así lo cree y, posiblemente, porque no estamos preparados.
Cuántas veces se nos presentan ocasiones para servir, para evangelizar o para cualquier otra cosa, y no damos el paso para comprometernos. Cuántas veces nos reclaman y no piden nuestra colaboración y tratamos de escabullirnos y despistarnos. Y, quizás, por otras cosas superfluas y de poca importancia. Más relacionadas con el disfrute y egoísmo propio. ¿Y queremos la fe? ¿Qué haríamos si Dios nos la concediese? ¿Le responderíamos? ¿Has pensado que, quizás, te hayan pedido algo y te has echado atrás?
Supongo que la fe nos vendrá cuando experimentamos que estamos dispuesto a entregarnos a una tarea y confiamos que, por la Gracia de Dios, saldrá adelante. Y persistimos, somos perseverantes hasta que sale. Claro, algo bueno y que es para beneficio de otros. Así ocurrió con aquel centurión, creyó que Jesús podía curar a su siervo y se lo pidió. Y creyó que lo podía hacer desde el lugar que estaba. En ese momento su fe quedaba al descubierto, pues quería la curación de su siervo y le pedía a Jesús que lo hiciese desde la distancia. No se consideraba digno de que, siendo pagano, entrase en su casa. Su pensamiento estaba al descubierto y bien intencionado.
Seamos constante, persistentes e insistentes. No desfallezcamos y pidamos con perseverancia que nuestro Padre Dios nos dé la fe. Pero, pongamos también todo nuestro esfuerzo en abrirnos a la acción del Espíritu Santo, para que transforme nuestra mente y nuestro corazón hasta el punto de crecer en la fe y confianza en el Señor.
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