Por
eso y para eso, hemos recibido la Buena Notica que nos han transmitido los apóstoles,
la Resurrección. Vamos a resucitar. Y Resucitar para ser felices eternamente.
Pero ¡lo sabemos!, seremos felices si creemos en Jesús, el Hijo de Dios, y le
seguimos en el esfuerzo de vivir en su Palabra y cumplir sus mandamientos. Él nos
lo ha dicho: Jn 6, 47-59. Les
aseguro que el que cree en mí tendrá vida eterna.
Conseguir esa felicidad eterna está
directamente relacionado y proporcional – por decirlo de alguna manera – con el
amor misericordioso del que seamos capaces de dar. Y eso exigirá dejar muchas cosas, tanto
materiales como espirituales. Hay que despojarse de la envidia, rencor, odio,
venganza, afán de riqueza, placer y comodidades que nos invitan a pensar en
nosotros mismos y olvidarnos de las necesidades y sufrimientos de los demás.
Dejarlo todo exige poner en el centro de nuestras vidas a Jesús. Todo lo demás –
lo que necesitemos – nos será dado por añadidura.
Manuel se daba cuenta, al leer el Evangelio de
ese día, que la elección a tomar era bastante dura y exigía dejar todo. Se hace
difícil, así de sopetón tomar una decisión. Frunció el ceño y dijo:
―El camino es de lucha constante y de despojo
permanente.
―Supongo que no hay otra alternativa ―musitó
Pedro. Eliminas lastre o te será difícil caminar.
―Evidente ―respondió Manuel. La batalla es a
muerte cada día. Una lucha interior contigo mismo. De lo que llena tu corazón,
hablará y será tu vida.
―Hacer la travesía de este mundo solos será el mayor error de nuestra vida. Unidos e injertados en Cristo, todo será diferente. Y, la garantía de salir victorioso es cierta y segura.
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