Nuestra vida
estará llena de instantes alegres, pero también de otros de dudas y
oscuridades. Son las cruces a las que tendremos que abrazar en cada momento,
porque en ellas está la respuesta de nuestra fe. Creemos en nuestro Señor a
pesar de que en muchos instantes de nuestra vida nos parezca que no está o que
se ha escondido.
Pero ¿no nos damos
cuenta? La prueba de tu fe se descubre en los momentos de dudas. Son esos
momentos donde la oscuridad te invita a no creer y todo se te viene abajo. Es
entonces cuando tú fe se afirma, se manifiesta y se testimonia. Es la hora de
la verdad, de la confianza, de la perseverancia y de demostrarle al Señor que
pones tu confianza y tu vida en sus manos. Es la hora de dejar claro que
arriesga tu vida por el Señor.
Así lo hicieron
todos los apóstoles y discípulos que siguieron al Señor. La mayoría entregó su
vida al martirio por sostenerse en la fe al Señor. Y, quizás el primero tras la
salida publica de Jesús a proclamar la Buena Noticia fue Juan el Bautista. Ese
hombre que preparó el camino al Señor. Ese hombre que anunció su llegada y su
aparición entre nosotros con ese nuevo Bautismo de Espíritu Santo y fuego.
Juan es el Profeta que nos pone en el camino de Jesús, el Mesías anunciado y prometido al pueblo de Israel. El Mesías anunciado a María y el Mesías para el que nos preparamos y esperamos abrirle nuestro corazón cada día. Precisamente, celebramos en estos próximos días su venida. Una venida que actualizamos cada día cuando le descubrimos en los pobres y necesitados. Porque, con Jesús todo cobra sentido e incluso la enfermedad y el dolor se tornan esperanza y alegría. ¡Él ha vencido a la muerte!
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