| Mt 9, 35-10, 1.6-8 |
Mientras tomaba su buen
café, Pedro se compadecía de todos aquellos que no tenían ese privilegio ni
tampoco el bienestar del que él disponía. No sabía cómo agradecer esas condiciones
ventajosas de las que disfrutaba.
Sin poderse contener,
dijo: «¡Dios mío, qué suerte la mía!».
Manuel que compartía
mesa con él, le miró extrañado y dijo:
—¿Qué te ocurre? A qué viene ese clamor.
—Estaba pensando en los beneficios que tengo, mientras que otros carecen
de casi todo y no saben si comerán al día siguiente.
—¡Y no solo eso! —respondió Manuel—, sino que no tienen quien les cure o
les atienda. Están extenuados y abandonados. La vida se les endurece fuertemente.
—¡Es verdad! —exclamó Pedro con cara de circunstancia. No sabemos
valorar lo que tenemos.
Ambos amigos cruzaron
sus miradas, y levantando sus ojos al cielo, expresaron su agradecimiento con
una plácida sonrisa de humilde reconocimiento.
Manuel sacó de su agenda
su pequeño evangelio y, buscando en Mt 9, 35-10, 1.6-8, leyó:
—En aquel tiempo,
Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas,
proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia.
Levantó la mirada, dio un
rodeo con sus ojos y observó que le escuchaban más tertulianos que acababan de
llegar. Entonces, mirando de nuevo el evangelio, prosiguió:
—Al ver la muchedumbre,
se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor». Entonces dice a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son
pocos; rueguen, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».
Hizo una pausa. Miró a
todos, y con una plácida sonrisa y suave voz les invitó a que escucharan lo que
Jesús dijo a sus discípulos:
—Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y
proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad
muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad
gratis.
Todos habían caído en la
cuenta de que hoy se acumulan los descartados en el mundo que sufren la
pobreza, el hambre, la guerra, la falta de educación, la enfermedad o el olvido.
Hoy necesitamos seguir engrosando el grupo de los doce discípulos
enviados a curar y liberar pidiendo al dueño de la mies que envíe obreros a su
mies.
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