Todo está dicho, “permanecer
en el Señor”. Y es que cuando se permanece en el Señor se esta cumpliendo los
mandamientos, pues, sin amor no puedes permanecer en el Señor. Y cuando amas
cumples, pues todos los mandamientos están contenidos en ese Amor Misericordioso
con el que nos ama el Señor.
Es evidente que
cuando la relación está fundamentada en el conocimiento de sabernos salvados
eternamente la vida debe llenarse instintivamente de alegría y de paz. Quienes
se saben salvados manifiestan paz y alegría. ¿O acaso no es un gozo saberse
hijo de Dios y llamado a vivir eternamente?
Por tanto, cuando
la relación con el Señor está fundada en normas y cumplimientos todo puede
derrumbarse como si anduviéramos por arenas movedizas. La norma se endiosa y
los cumplimientos se cuentan y se limitan hasta la razón y se excluye la
misericordia. Se pierde la humildad, la paciencia, la comprensión y se adora al
cumplimiento. Y como si de un ídolo de barro se tratara a la menor dificultad o
malos tiempos todo se derrumba irremediablemente.
Nuestra verdadera
relación con Jesús nos lleva a vivir en los mandamientos, porque el amor los
contiene todos. Experimentas, por la acción del Espíritu Santo que te acompaña
y asiste, que amar a Jesús te implica y te dirige a amar al prójimo. Y cuando
amas al prójimo, le respetas, no le engañas ni le robas, ni le envidias, cuidas
y honras a tus padres, respetas la vida, el compromiso matrimonial, la familia…etc.
Sabes y lo vives
con verdadera intención amar al prójimo – y el prójimo son todos – para que de
esa manera tu amor con Jesús llegue a Él. Porque si no es así nos engañamos a
nosotros mismos. Jesús nos lo dice claramente y se pone de ejemplo dándonos
testimonio al permanecer en el amor del Padre. De la misma manera nosotros
tenemos que exigirnos permanecer en el amor de Jesús.
Y permanecer significa eso, ponerlo en el centro de nuestra vida hasta el punto de que permanezcamos en Él como Él en el Padre. De tal manera que vivamos injertados en el Señor, como decía Pablo, que ya no seamos nosotros sino Cristo que vive en cada uno de nosotros.
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