Lo dice claramente
Jesús: (Jn 15,1-8): En aquel tiempo, Jesús habló así a
sus discípulos: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo
sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia,
para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os
he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento
no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco
vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy… Termina tú de leerlo, es de gran
importancia.
De ahí podemos
deducir y darnos cuenta de la importancia de permanecer en el Señor. ¿Y cómo?,
puede ser la pregunta que inmediatamente suscita nuestro corazón. La respuesta
viene a descubrirnos la necesidad vital de los Sacramentos. Precisamente en la
Eucaristía, la reconciliación (confesión) fortalecidos en la oración y en la
comunidad parroquial o grupos.
Digamos que es el campo para el cultivo de nuestra perseverancia y crecimiento en la fe que concluirá con dar frutos. Esos frutos que, por la Gracia del Espíritu Santo, dará nuestro injerto en el Señor. Su presencia será el abono, el agua y la vida para que nosotros, humildes sarmientos, injertados en Él demos esos frutos de vida eterna. Tengamos siempre eso presente en nuestra vida. Nuestro camino tiene que ir unido al Señor para que como el sarmiento se une a la vid, podamos dar verdaderos y buenos frutos de amor.
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