Está claro que en
la medida que vivamos permaneciendo en el Señor estamos dando y sirviendo en el
amor. Porque, permanecer en Jesús equivale a dar esos mismos frutos que vienen
y proceden de su Amor Misericordioso.
Es evidente que la
clave de nuestro amor y servicio está en Jesús. En Él encontramos la fortaleza,
la profundidad, el deseo, la humildad, la comprensión, la paciencia y la mansedumbre
para poder amar a pesar de los rechazos, las incomprensiones y las ofensas
incluso de aquellos que impiden que se les ame, nuestros enemigos.
Jesús conoce tus
capacidades y también tus debilidades. Sabe de lo que eres capaz y sabe que le
necesitas. Por eso, con esa fuerza de su Amor Misericordioso te invita a permanecer
en Él. Sabe que sin Él nada puedes, y menos amar. Porque, la característica del
amor no está en amar a los que te aman. Eso lo hacen también los que no están
en el Señor e incluso le rechazan.
La característica fundamental
del amor está en amar a los enemigos. Esa es la diferencia. Los que no permanecen
en el Señor no podrán amar a los que les ofenden y persiguen. Jesús muere
perdonando, por tanto amando, a los que le crucifican. Y ahí está nuestro
modelo de amor, amar hasta el extremo de entregar la vida si es preciso. Y eso
solo se puede llegar a hacer cuando somos capaces de permanecer en el Señor.
Permanecer en el Señor es convertirnos en sarmientos de su propio Amor. Y eso lo notamos cuando experimentamos que estamos dispuesto a compartir el amor que recibimos del Señor con los demás. Porque, si no amamos al que está a nuestro lado y al de más allá, como puedo amar al Señor. Se interrumpe ese hilo de amor que nos relaciona y conecta con el Señor cuando cortamos nuestra relación de amor con los demás. Si Cristo murió en la Cruz amando a todos – incluidos los que que le crucificaron – también nosotros tenemos, si queremos amar al Señor, hacer lo mismo. Pensar de otra manera y querer omitir el amor al que nos amarga la vida, es equivocarnos. Otra cosa es que nos cuidemos de ser imbuidos por el ambiente y por las malas intenciones que tratan de apartarnos del camino y de la permanencia en el Señor. En y con Él siempre fortalecidos para enfrentarnos al mundo.
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