Por experiencia
sabemos que en el mundo que vivimos hay muchas cosas que no nos gustan o, dicho
de otra manera, con las que no estamos de acuerdo. Experimentamos acciones que
no deseamos y que nos vemos obligados y forzados a aceptar, e incluso a
realizar. Sin embargo, nuestra conciencia y en lo más profundo de nuestro
corazón descubrimos que no estamos de acuerdo con esa forma de ver y actuar.
¿Qué nos ocurre?
¿Qué hay dentro de nosotros que nos empuja a hacer las cosas de otra forma a la
que el mundo nos las propone? ¿Por qué, cuando aparentemente estamos en este
mundo, pensamos y sentimos de otra forma? Son preguntas que están dentro de
nosotros y que en muchas circunstancias y en muchos pasan desapercibidas o
indiferentes. Son aceptadas y asumidas sin más cómo si se tratara de algo que
sucede así y no hay nada que hacer. Esa frase tantas veces oídas: “¡Qué vamos a
hacer!, resume muy bien lo que queremos significar y expresar.
Sin embargo, vino
Alguien a descubrirnos y a anunciarnos que no somos de este mundo. Que eso que
sentimos dentro de nosotros no es algo accidental ni casual. Es la Voz del Amor
del Padre que nos llama, que nos despierta y que nos señala que nuestro mundo
está en otra parte, junto a Él y para la eternidad.
Leer detenidamente el Evangelios de hoy sábado nos puede poner en camino de entender qué mundo es el que debemos buscar. Pero, no leerlos como se lee una noticia, sino leerlo de la mano del Espíritu Santo y abiertos a creer y entender que nuestra meta no está en este mundo sino en aquel para el que hemos sido creados y llamados. Y, ¡si es cierto!, el camino no es fácil. Como le ocurrió al Maestro, nuestro Señor, también nos ocurrirá a nosotros. Caminamos por un mundo hostil, llenos de insultos, rechazos, peligros y amenazas de muerte. No hay que argumentarlo, está a la vista y cada día muchos sufren, son perseguidos y dan su vida por y en el nombre de nuestro Señor Jesús. Pero la experiencia es gozosa, plena de felicidad y de esperanza de Vida Eterna. Ese es el misterio que muchos no entienden y empeñados en acabar con Él pierden el tiempo. Sus intentos son vanos eternamente también.
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