No es bueno
permanecer callado. Si tus palabras e ideas se quedan dentro tu fe no vive, ni
crece y, menos, contagia. Les pasaba a los apóstoles en muchos momentos de este
tiempo de Pentecostés. En la aparición junto al lago de Tiberíades los
apóstoles no se atrevieron a preguntarle quién era porque sabían bien que era
el Señor.
Quizás nos ocurra
lo mismo a nosotros hoy, más de dos mil años después. Y ese miedo a preguntarle
nos delata. ¿Tenemos miedo a comprometernos? ¿Tenemos miedo a que nos comprometa
la Palabra de Jesús? ¿A qué y por qué tenemos miedo? Quizás nuestra fe es
incipiente y muy débil?
La fe tira de
nosotros y nos impulsa afuera. La Resurrección tira de nosotros para que
salgamos de nuestro encasillamientos, para que salgamos de nosotros mismos y
demos voz y palabra a nuestra vida, concretándolo en nuestro actos de amor y
misericordia. Y es precisamente en el diálogo y en el compartir como las penas
sonríen, las dudas se desenredan y los sentimientos vislumbran esperanzas.
El Señor nos llama a ese salir de nosotros para dar ese gozo, fe y esperanza que llevamos dentro. Y debemos de hacerlo con el reto de que nuestra palabra coincida con nuestra vida. Porque, de no ser así los que nos escuchan o leen no verán que nuestros actos se reflejan en nuestras palabras. Quizás ese sea un peligro del compartir virtual, pero todo dependerá de tu compromiso serio y verdadero. Podrás engañar pero no a nuestro Señor Jesús.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.