No es cosa fácil creer,
ni tampoco está en nuestras manos el don de la fe. Se hace necesario pedirla
porque la fe es un don, pero un don de Dios. Es Él quien la da a quienes
estamos en actitud de creer y pedirla. Por eso, también yo, Señor, te pido la
fe a pesar de mi renuencia a confiar en Ti y a dejarme empapar por la alegría
de sabernos salvados por tu Amor Misericordioso.
Se nos hace
difícil, muy difícil reemprender la vida desde una confianza con tales
proporciones. Digamos que esa es la dificultad principal. ¿Cómo vivir en la
dificultad y seducciones de este mundo confiando en un camino de cruz y martirio?
¿Cómo vivir pensando que Dios está lejos y no confiar en que camina junto a
nosotros? ¿Qué realmente pensamos y creemos nosotros? Porque, según sea nuestra
confianza y fe en el Señor, así será nuestra manera, disponibilidad y actos de nuestra
vida respecto a Él.
Observemos que a
los apóstoles, que tenían una gran vivencia y testimonio de Jesús les costó
mucho darse cuenta de que era el Mesías prometido, el Hijo de Dios Vivo. A
nosotros, que nos apoyamos en el testimonio de los apóstoles, ¿no nos va a
costar mucho también? Necesitamos la fuerza, la luz y la acción del Espíritu
Santo, que recibimos en nuestro bautismo, para descansar nuestras dudas,
debilidades e inseguridades en la Gracia y Amor Misericordioso del Señor.
No perdamos nunca la confianza, la cercanía y la fe en Jesús, nuestro Señor.
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