Lc 7, 36-50 |
La hipocresía es un mal destructor. Destruye
personas, sociedad y también a la Iglesia. Arrasa por donde pasa, sin límites,
y hasta se jacta de destruir todo lo que toca.
En esas divagaciones, Pedro discernía sobre el peligro de los hipócritas. Sabía
de muchos que la habían sufrido y de lo molestosa que era; incluso había
amargado la vida a más de uno.
Llevaba un buen rato pensando en el daño que ocasiona la hipocresía, cuando advirtió la llegada de su amigo Manuel.
—Hola, querido amigo, me vienes como anillo al dedo.
Estaba pensando en el daño que hace la hipocresía. ¿Tienes alguna opinión sobre
ella?
—¡Claro! La hipocresía es un veneno. Donde se
desparrama, intoxica y destruye. Sé de muchas familias, grupos y colectivos
donde ha hecho estragos. Un hipócrita es una amenaza de bomba.
—Esa es también mi experiencia —comentó Pedro. —Además, en (Lc 7,36-50) Jesús desnuda el
pensamiento hipócrita de un fariseo y, tras contar la parábola de dos deudores,
deja entrever la misericordia de Dios hacia quien reconoce sus pecados y
expresa un amor desmedido con un gesto desbordado.
—Un buen ejemplo —replicó Pedro.
—De los buenos, como todos los de Jesús. Su
sabiduría es inmensa y pone al descubierto la hipocresía de Simón, haciéndole
ver su propio pecado.
Sin embargo, cuando acontece esta comunicación de
amor mutuo, la vida se llena de una fragancia nueva, como aquel perfume que
inundó la sala.
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