miércoles, 1 de marzo de 2017

LA VIDA ES UNA SUBIDA CONSTANTE

(Mt 6,1-6.16-18)
Iniciamos hoy la Cuaresma, tiempo de conversión, tiempo de prepararnos para más tarde vivir la Pascua. Y es que nuestra vida es una constante Cuaresma, una subida a Jerusalén, una Pascua que nos invita a morir por amor. Y morimos a nuestra soberbia, a nuestra vanidad, a nuestro egoísmo, a nuestra individualidad, a nuestra insolidaridad, a nuestra ambición y a todos nuestros pecados.

El camino cuaresmal es un camino de despojo, de dejarlo todo, no sólo posponer lo material sino también todo aquello que, dentro, contamina nuestro corazón. Es un camino de pureza, de limpieza y de conversión. Porque para entrar en conversión hay que iniciar el despojamiento, el desecho de todo aquello que impide volver nuestro corazón al Señor.

Tomar actitudes humildes son criterios que debemos llevar en la mochila de nuestro camino cuaresmal. No hacemos las cosas para ser vistos, sino por amor. Amamos cuando buscamos el bien, sobre todo, cuando ese bien no es como reclamo para ser halagado y destacado. Porque la prueba de nuestra sinceridad y de nuestra recta intención amorosa es hacer el bien en silencio y fuera de la vista de los demás. No quiere decir esto que tengamos que escondernos. Entiéndase bien el criterio, sino que lo que se busca es hacer las cosas desinteresadamente y por amor.

Y esas actitudes de humildad deben acompañarnos en nuestro camino cuaresmal y de ascenso a la Jerusalén celestial. Es decir, siempre, durante toda nuestra vida hasta llegar a la Casa del Padre. Actitudes de esconder nuestro actuar para no ser visto ni vitoreado o ensalzado. Actitudes de esconder la mano derecha para que no se entere la izquierda.

Porque nosotros, Señor, tus siervos y esclavos, esperamos en Ti nuestra recompensa por tu Infinita Misericordia. Recompensa que nunca mereceremos, sino que por tu Infinito Amor quieres misericordiosamente recompensarnos.