| Mt 17, 10-13 |
Movió su cabeza a derecha
e izquierda y, levantando los brazos, se dirigió a los tertulianos que estaban
a su lado.
—¿Se han formado ustedes
alguna opinión de este mundo que nos ha tocado vivir? —dijo gesticulando con
sus brazos.
Algunos se extrañaron de
que de repente Manuel saltara con esa pregunta.
—¿Qué mosca te ha
picado? —respondió Pedro. ¿Acaso te propones arreglar los desajustes del mundo?
Inmóvil y con su mirada
fija en su mesa, Manuel derramó su pensamiento con un semblante de gozo
interior, pero lastimado por lo que se le venía encima.
—Vivimos, y creo que desde
hace mucho tiempo, en un sistema corrupto e injusto. Y a quien lo denuncia le
acecha la muerte.
Todos le miraron con
cara de asombro, pero él sabía lo que se jugaba con su denuncia.
—¡Hombre! —comentó Pedro—,
no es para tomárselo tan drásticamente.
Manuel intuía que
quienes enarbolan la verdad saben que sufrirán el acoso de aquellos que viven
en la mentira y tratan de enterrar la verdad.
—Ya le ocurrió a Jesús,
el Dios de la compasión que denuncia un orden social y religioso construido
sobre la extorsión y la explotación. Él mismo lo revela en Mt 17, 10-13, cuando
dice: «Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos
de ellos», refiriéndose a Juan
Bautista.
Las caras de los allí presentes
se habían quedado serias. Ahora comprendía lo que Manuel les estaba diciendo.
Algo hay en la auténtica
vida de fe que desenmascara las dinámicas de muerte, suscitando la envidia y el
rencor y desatando la agresión.
Solidarizarnos con las
causas de los excluidos de nuestro mundo nos llevará a compartir algo de su suerte.
Así ocurrió con Juan Bautista y también con Jesús.
Y nos sucederá también a nosotros. Pero nada podrá evitar que la paz y la felicidad nos invadan eternamente. Sí, nos llenará por dentro, pero nos herirá por fuera.
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