sábado, 13 de diciembre de 2025

LLENOS POR DENTRO, HERIDOS POR FUERA

Mt 17, 10-13

   Mientras tomaba su café de cada día en su mesa preferida, Manuel dejaba correr su pensamiento por el mundo que le rodeaba. Se experimentaba gozoso, pero era consciente de que se cometían muchas injusticias y explotaciones. Denunciarlas, sobre todo en los más débiles y pobres, traería heridas exteriores.

  Movió su cabeza a derecha e izquierda y, levantando los brazos, se dirigió a los tertulianos que estaban a su lado.

  —¿Se han formado ustedes alguna opinión de este mundo que nos ha tocado vivir? —dijo gesticulando con sus brazos.

    Algunos se extrañaron de que de repente Manuel saltara con esa pregunta.

   —¿Qué mosca te ha picado? —respondió Pedro. ¿Acaso te propones arreglar los desajustes del mundo?

    Inmóvil y con su mirada fija en su mesa, Manuel derramó su pensamiento con un semblante de gozo interior, pero lastimado por lo que se le venía encima.

   —Vivimos, y creo que desde hace mucho tiempo, en un sistema corrupto e injusto. Y a quien lo denuncia le acecha la muerte.

    Todos le miraron con cara de asombro, pero él sabía lo que se jugaba con su denuncia.

    —¡Hombre! —comentó Pedro—, no es para tomárselo tan drásticamente.

    Manuel intuía que quienes enarbolan la verdad saben que sufrirán el acoso de aquellos que viven en la mentira y tratan de enterrar la verdad.

    —Ya le ocurrió a Jesús, el Dios de la compasión que denuncia un orden social y religioso construido sobre la extorsión y la explotación. Él mismo lo revela en Mt 17, 10-13, cuando dice: «Así también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos», refiriéndose a Juan Bautista.

    Las caras de los allí presentes se habían quedado serias. Ahora comprendía lo que Manuel les estaba diciendo.

    Algo hay en la auténtica vida de fe que desenmascara las dinámicas de muerte, suscitando la envidia y el rencor y desatando la agresión.

   Solidarizarnos con las causas de los excluidos de nuestro mundo nos llevará a compartir algo de su suerte. Así ocurrió con Juan Bautista y también con Jesús.

  Y nos sucederá también a nosotros. Pero nada podrá evitar que la paz y la felicidad nos invadan eternamente. Sí, nos llenará por dentro, pero nos herirá por fuera.

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