viernes, 8 de abril de 2011

NO ERA EL MOMENTO (Jn 7,1-2.10.14.25-30)

 ... pero ese es el momento cuando Jesús iba a glorificarse levantando

Cada uno tiene su momento; era su hora, solemos decir cuando le llega la hora, valga la redundancia, de la muerte a una persona. En aquel momento no era la hora de JESÚS, y nadie le echó mano. Pero JESÚS, arriesgando su integridad y su físico cumplía la misión que traía del PADRE. De un PADRE DIOS que ellos no conocían, pero que tampoco querían conocer en el HIJO, JESÚS de Nazaret. Desconociendo al HIJO desconocían al PADRE.

Cristo —en su constante anhelo sacerdotal— habla muchísimas veces de esta hora definitiva y determinante (Mt 26,45; Mc 14,35; Lc 22,53; Jn 7,30; 12,27; 17,1). Toda la vida del Señor se verá dominada por la hora suprema y la deseará con todo el corazón: «Con un bautismo he de ser bautizado, y ¡cómo me siento urgido hasta que se realice!» (Lc 12,50). Y «la víspera de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, como hubiera amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1). Aquel viernes, nuestro Redentor entregará su espíritu a las manos del Padre, y desde aquel momento su misión ya cumplida pasará a ser la misión de la Iglesia y de todos sus miembros, animados por el Espíritu Santo.

Esta es nuestra fe y la experimentamos día a día hasta que llegue nuestra hora. La hora más buscada y deseada por un creyente en JESÚS, porque ese momento será el principio de la verdadera vida, la vida del gozo y la alegría para SIEMPRE. Y no vamos solos sino acompañados por el ESPÍRITU SANTO. Tenemos la Gracia necesaria para vencer nuestra humanidad tocada por el pecado por los méritos de JESÚS. Por eso, como ÉL venció también venceremos nosotros si permacemos en ÉL.
Quiero, SEÑOR, no separarme de TI,
porque TÚ eres lo más que 
deseo y mi verdadera
felicidad.

Te pido la sabiduría, la fortaleza
y la paz necesaria para ver
el mundo como TÚ lo 
ves, y así poder
amarlo como
TÚ. Amén.

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