Hay muchas
oscuridades que nos impiden creer y fiarnos de la Palabra. Porque, es precisamente,
esa Palabra, la que nos va a juzgar. Nadie me va a juzgar porque su juicio no
vale para decidir el bien o el mal. Tampoco Jesús ha venido para eso. Es su
Palabra la que no juzgará al final de nuestra vida. Ella decidirá si mi vida ha
estado inclinada a hacer el bien y a excluir el mal.
Cada persona sabe
cuando no ha actuado bien y cuando lo ha hecho mal. Sabe cuando las tinieblas de su interior, sus egoísmos y ambiciones le impiden ver el bien o el mal. Al menos tiene la duda de si
sus actos son buenos o no tan buenos. Cada persona tiene dentro de su corazón
la impronta del amor. Y el amor sabe cuando realmente ama buscando el bien del
otro o el suyo propio, lo cual le descubre su egoísmo y su bien a costa del mal
y sufrimiento del otro. Porque, quien posee esclaviza al poseído y le coarta su
libertad.
Y cuando tus dudas
te asaltan debes consultar a quien te pueda ayudar y aclarar la bondad o maldad
de tus actuaciones según la Palabra, que es la que verdaderamente te juzgará.
De cualquier modo, la causa justa exigirá fortaleza y voluntad sobre todo en la
soledad cruenta de su rechazo, de su incomprensión y traición de los demás. Jesús,
el Señor, experimentó esa soledad cuando se quedó solo ante el rechazo de
muchos y la cobardía de otros en la defensa de su Palabra.
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