domingo, 8 de mayo de 2011

LA HUIDA DE LA FE (Lc 24, 13-35)


Hay muchos momentos en nuestra vida de decepción, y, ¿qué hacemos? son momentos de huida, de no querer enfrentarnos con la realidad, de encerrarnos en nosotros mismos, de buscar nuestro particular Emaús. No nos hace falta más palabras. Sabemos muy bien. por propia experiencia, cuantas veces hemos huido de la realidad, de los problemas familiares, profesionales, comunitarios, del grupo.

Cuando se nos vienen abajo nuestros ideales, nuestros sueños, nuestras esperanzas, quedamos desvanecidos. Al final todo ha sido un fracaso. Han matado a su líder y, Emaús, es una fuga, es una huida del pasado hacia un futuro más que incierto y desconocido. Lo ocurrido en Jerusalén es demasiado fuerte y trágico para ellos. Esperaban un final alternativo. Por eso lo mejor es olvidar y distanciarse, poner tierra de por medio.

Huir, abandonar incluso la comunidad que les había acogido. Un profundo vacío existencial se ha instalado en sus vidas. Muerto el Galileo, sólo les queda huir. Empezar de nuevo en otro lugar.

También nosotros podemos escapar hacia Emaús. Quizás ya lo hemos hecho, o lo estamos haciendo manteniéndonos en la mediocridad, en la prudencia de la indiferencia o pasividad, o del no compromiso total. ¡Tantas veces caminamos por la vida, confundidos y desesperados! Desánimos, fracasos, decepciones varias que no nos dejan crecer ni avanzar. Y sólo deseamos escapar...

¿Qué-quien te ha decepcionado? ¿Cómo volver a recuperar esa ilusión perdida, regresar al camino auténtico de la vida? ¿deja ya de huir?

De los problemas nunca se huye, se afrontan directamente. La duda, la pregunta, la confusión va pareja a nuestra condición de creyentes. Si cambias, si vas a otro lugar, llevas contigo tus dudas, tus mismos problemas, tus decepciones. en todas nuestras vidas hay momentos de crisis, noches oscuras. Dudar es bueno, mantiene viva nuestra fe. ¿Lo peor de todo? ¡Huir y abandonar! El mundo, incluso nuestra Iglesia, está lleno de hombres y mujeres que, desilusionados y decepcionados, escaparon hacia un Emaús particular, que nunca llegaron a encontrar...

Sé, SEÑOR, que pase lo que pase, 
TÚ no me abandonas.

Incluso. cuando creo que voy para
atrás, cuando creo que me he
perdido, TÚ sigues a mi
lado y me acompañas. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.

Tu comentario se hace importante y necesario.