jueves, 22 de diciembre de 2011

EXPERIMENTAMOS EN LA ESPERA ETERNIDAD

 En el Magníficat (Lc 1, 46-55)

Y es que cuando se acaba la ilusión de lo esperado, se termina la esperanza. Hoy, día de lotería, se puede experimentar esta sensación, será para muchos decepción y derrumbe en el momento que comprueben que no les ha tocado nada. Más tarde no les quedará otra salida que volver a apoyarse en la esperanza.

Y es que la vida es esperanza, pero una esperanza eterna, que nunca termina porque en el momento que se apague, se apagará nuestra vida. Una persona sin esperanza es una persona muerta y sin futuro. Por eso, porque estamos llamados a esperar, esperamos nuestra mayor y verdadera esperanza, el nacimiento del Niño DIOS que nos colma de todo aquello que todos buscamos.

María es ejemplo y testimonio de esa esperanza. Una esperanza confiada en DIOS PADRE que, a su llamada presenta su respuesta de esclava y de sometimiento a su Voluntad. Y es que para ofrecerse de esa manera hay, primero, que ser humilde y, por supuesto, libre, porque sin libertad no hay decisión.

María es libre, la más libre del mundo, y se ofrece humildemente a la Voluntad del PADRE que la elige para ser la Madre de JESÚS. ¡Cabe mayor honor! Y desde lo hondo y profundo de su corazón brota el canto del Magníficat que descubre toda su humildad, su sentir y su obediencia.:
Su ser proclama la grandeza del SEÑOR; su alegría se apoya en DIOS, su Salvador porque ha mirado su humildad. Se sabe felicitada por todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho maravillas en ella, y porque la Misericordia de su SEÑOR es eterna y hace proezas con su brazo. No acepta la soberbia de corazón ni a los poderosos ensorberbecidos. Sin embargo, enaltece a los humildes y atiende a los pobres de corazón.

Esa es nuestra verdadera y única lotería, la de saber que nos ha nacido un Salvador, que se ha hecho Niño, como nosotros, y se ha sometido, por amor, a nuestro espacio y tiempo, para crecer, vivir y morir como un hombre, pero con su Resurrección descubrirnos que somos, por su Redención, hijos de DIOS y coherederos de su Gloria.

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