jueves, 13 de febrero de 2014

¿Y YO, TENGO CONFIANZA?

(Mc 7,24-30)


Esa es nuestra pregunta. Interesa qué pienso yo y cuál es mi fe, pues la mujer pagana demostró la suya y el resultado fue que consiguió de Jesús la expulsión del espíritu inmundo de su hija. ¿Llega mi fe hasta ahí? ¿O se diluye experimentado que no ocurre nada en mí? ¿Dónde estoy?

Porque de saberme en qué lugar está mi fe, podré saber que fe tengo. No importa mucho que nuestra fe esté apagada y no tenga fuerza suficiente para buscar a Jesús y pedirle con esa fe ciega que nos cure, sino lo que importa es buscarle y pedirle que nos la dé. Aumenta nuestra fe, Señor.

No se trata de exigir, ni de querer efectos inmediatos, ni siquiera pedir soluciones para nuestra comodidad y satisfacción. No, se trata de ser humilde y pedir paz, paciencia y curación de nuestras dolencias sin regatear esfuerzos y servicios. Sin mirar desprecio, indignidad o reproches. Se trata de pedir nuestra salvación al Único que nos la puede dar.

Y cuando eso se produce, el Amor de nuestro Señor responde dándonos lo mejor y lo más conveniente. La hija de esa mujer pagana quedó liberada del espíritu inmundo, pero más tarde sufriría otra adversidad o enfermedad. Igual que nos ocurrirá a nosotros. Jesús actúa como quiere y cuando quiere, y podemos llegar a pensar que en aquel momento fue oportuna responderle a esa mujer para que su fe se viera fortalecida.

De la misma manera, nosotros somos escuchados y respondidos por el Señor. Lo que ocurre es que quizás no nos damos cuenta de sus respuestas. Estemos atentos a ellas.

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