martes, 17 de febrero de 2015

CUIDADO CON Y DE QUE NOS RODEAMOS

(Mc 8,14-21)


Esta mañana, un amigo me decía que, a pesar de estar alejado de prácticas, su norte siempre ha estado claro. Se refería al seguimiento de Jesús. Y le respondí: ocurre que cuando dejamos de vernos con un amigo, vamos perdiendo su referencia, sus consejos, su diario contacto en el que nos fortalecemos y tomamos impulso para seguir en la brecha.

Por el contrario, al vernos solos, el otro, el Maligno, se nos acerca disfrazado de acompañante, de amigo dispuesto a consolarnos, a alegrarnos la vida, a ofrecernos pasarlo bien. Y nos tienta con las cosas del mundo que terminan por doblegarnos porque realmente nos apetece; porque realmente tenemos apetencias, somos de carne débil y nos gusta satisfacernos. Y en esa satisfacción nos olvidamos de los demás y pensamos solo en nosotros mismos. Es decir, no volvemos egoístas y al final creamos un dios a nuestra medida y gusto.

No podemos esperar que la fe nos venga cuando nosotros queremos, o como nosotros queremos. La fe es un don de Dios y sólo nos vendrá según, cuando y como Dios quiera. Pero si podemos pedirla, mendigarla y correr detrás del Señor para rogarle nos la dé y aumente. Y eso significa estar a su lado, buscarlo y dejarnos encontrar, porque Él nos ha y nos busca primero. Eso significa estar atento y tener nuestros oídos y ojos abiertos a su Gracia, a su Palabra.

Eso significa escucharle, pedirle y participar de su Cuerpo y su Sangre. Eso significa dejar que la única levadura que entre en nuestro corazón sea la de la Vida de la Gracia de Dios, y que sea Ella la que cunda y germine en nuestros corazones. Eso significa alejarnos de aquellos que quieren desviarnos, confundirnos y llenarnos de levadura mala, perniciosa y podrida, de la que sólo resultará la muerte.

Pidamos al Espíritu Santo la capacidad de estar atento a su Palabra y a dejar que entre en nuestro corazón la levadura que procede de Él, para que crezca en nosotros y nos llene de su Gracia.

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