domingo, 28 de enero de 2018

¿DÓNDE SE DISTINGUE ESA AUTORIDAD?

Cuando oímos a alguien hablar experimentamos si habla con autoridad o no. Y lo diferenciamos y notamos porque al hablar lo hace con seguridad y con razones contundentes que refuerzan  y prueban sus palabras. Sin embargo, en Jesús ocurre algo todavía más grandioso. Sus Palabras tienen inmediato cumplimiento sobre la leyes naturales. Desprende valor, compromiso, buenas intenciones, buscan el bien, tienen poder y se cumplen al instante. Y lo hace sin alardes, sin buscarse y sin miramientos. Actúa cuando la necesidad le conmueve y siente compasión, y, sobre todo, porque se lo piden con fe y convencidos de que puede hacerlo. Es una autoridad única, diferente y que deja sin palabras a los que la presencia.

Expulsar demonios, como es el caso del Evangelio de hoy, tiene un significado importante, singular y muy profundo. Representa la lucha del poder del bien contra el mal. Vencer ese poder maligno que demoniza al hombre significa poder venido de Dios. Es el resultado de esa confrontación directa entre Dios y los espíritus demoniacos, entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal.

Los demonios saben bien quien es Jesús, "eres el Santo de Dios que has venido a destruirnos". Lo confiesan, pero Jesús les manda callar, pues sabe que esa confesión no es auténtica ni manifiesta una obediencia, sino todo lo contrario, una rebeldía. La curación de los endemoniados representa el triunfo de Dios sobre las potencias del mal. Ni que decir tiene la autoridad que se desprende de la actuación del Señor.

Ante todo esto, su fama se extendió enseguida por todas partes, tal y como nos lo dice el Evangelio, alcanzado la comarca entera de Galilea. Y también ha llegado hasta nuestros días, sin embargo, no parece que a muchos hombres de hoy le impresione esta forma de autoridad y de hablar, porque el Señor continúa hablando y hablándote directamente a tu corazón. 

Posiblemente, distraído y cegado por las luces que el mundo te presenta no le ves. Quizás necesites un tiempo de silencio interior y de pausada reflexión, porque, quieras o no, tu encuentro con el Señor tendrá lugar algún día.

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