sábado, 5 de enero de 2013

¡ESTAMOS SACIADOS?

(Jn 1,43-51)
Quizás ocurra eso, porque los hombres de nuestra generación no están hambrientos de Dios. Sólo donde permanece el hambre material y las necesidades primarias si siente necesidad y se implora auxilio. Es en esas situaciones donde puede descubrirse la necesidad de un Salvador, de un Dios que satisfaga nuestra hambre material y espiritual.

Es verdad que aquellos que queremos presentar a Jesús a los demás, no lo conocemos bien. Ni lo conocemos ni lo experimentamos como el Salvador y Mesías en nuestra vida. Sí, lo confesamos de palabra, y tratamos de vivirlo, pero nuestros esfuerzos no son proporcionales a nuestras palabras y hechos. Nos quedamos en la mediocridad y en la resignación.

Y lo que no se tiene no se puede dar. O se da mal, a medias tintas y sin convencimiento. Así no se transmite ni se recibe. Me siento impotente y necesitado de que el Señor transforme todo mi ser para responderle como Él espera.

Y si no experimentamos el encuentro con el Señor, tampoco podemos presentarlo a los demás. Quizás haya mucho de esto, porque el Señor es el mayor tesoro que todo hombre quiere encontrar, pero la satisfacción y la carencia de necesidades básicas te impiden ver y descubrir. De eso saben mucho los pobres, aunque el hecho de ser pobre y necesitado no te mueve sino a satisfacerte, y muchos se quedan en eso.

Felipe y Natanael eran personas inquietas que buscaban la libertad, y el encuentro con Jesús les abrió el camino de una libertad nueva, no sólo física sino interior y espiritual. La libertad de buscar y vivir en la verdad y la justicia. Un justicia que busca la paz y el amor.

Es eso lo que debemos buscar y pedir en el Espíritu Santo. La sabiduría y fortaleza de ser libres para desde esa libertad construir un mundo más solidario, más justo, en paz y compartido en el amor. Amén.


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