miércoles, 1 de junio de 2016

CIEGOS Y LLENOS DE ERRORES

(Mc 12,18-27)

Cuando se está en la oscuridad no se puede ver sino lo negro, lo que no es transparente y no deja pasar la luz. La oscuridad es ciega, porque en ella no ves nada y no viendo tampoco entiende nadas. Pero, a pesar de eso, el hombre quiere entender cuando vive en la oscuridad. Porque la luz no viene de abajo, sino que procede de arriba, y sólo alumbra a aquel que es capaz de mirar hacia arriba.

Mirar hacia arriba es abrirse a la mirada de Dios y dejar que entre la luz en tu corazón. No intentes entender con tu mirada aquí abajo las cosas que sucederán en el otro mundo, porque serán distintas, diferentes y no se pueden entender con los ojos del mundo. Puede ayudarnos el comprender que no sabemos ni de donde venimos ni el origen de la vida, ¿y queremos explicarnos como seremos después de la resurrección?

El Poder de Dios es inimaginable e ininteligible y no podremos imaginar qué sucederá respecto a nuestra forma de estar o vivir. Y, simple sentido común, sería absurdo entenderlo, porque de ser así, Dios no sería Dios, ya que podríamos entenderlo. Los planes de Dios son para creerlo, no para entenderlos, aunque, por su Gracia y Bondad, Dios nos da razones y signos con los que podemos reafirmarnos en que es un Dios de vivos, no de muertos, y, por consiguiente, estamos llamados a vivir eternamente en su presencia.

Un hermoso y maravilloso ejemplo lo tenemos en María, la Madre de Dios, donde apreciamos que la anunciación del Ángel Gabriel fue reafirmándose luego en muchos momentos de la vida de María, tal como el encuentro con su prima Isabel, el aviso a la amenaza de Herodes, la profecía de Simeón...etc. Todos esos momentos iban aclarando y reafirmando el camino a María.

Y también nos ocurre a nosotros. El Espíritu Santo nos va revelando e iluminando el camino en la medida que nosotros le abrimos el corazón. Cada día, la Palabra de Dios nos habla, y si la escuchamos con atención desde el auxilio y asistencia del Espíritu Santo, iremos entendiendo el camino. Cada cosa a su tiempo, porque el camino es un camino, valga la redundancia, y como camino necesita dar pasos, pero también dejar huellas. Pidamos esa sabiduría al Espíritu de Dios y dispongámonos a recibirla.

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