miércoles, 26 de abril de 2017

SAL Y LUZ

Mt 5, 13-16
Es posible que muchos de nosotros no seamos sal, es decir, no tengamos esa característica de transmitir aquello que creemos, ni tampoco dar ese olor que contagia y atrae. Es posible que pasemos por nuestra vida de forma insípida e irrelevante.Y no se trata de alcanzar notoriedad, ni tampoco de destacar, sino de ser lo que estás realmente llamado a ser, hijo de Dios.

Muchos, a la hora de referirnos a Dios nos confesamos creyentes, pero no practicantes. Decimos que creemos en Dios, pero nuestra vida la configuramos y la vivimos según nosotros. Luego, ¿qué Dios tenemos dentro de nosotros? Nos contradecimos y auto engañamos. Porque las prácticas obedecen a un compromiso con ese Dios. No las prácticas que tú quieras, sino las que Él te manda. Por lo tanto, para creer, primero hay que conocer.

La fe y las prácticas no son lo mismo, pues hay quienes practicamos, pero lo hacemos como rutina y sin coherencia, pues nuestra vida, luego, va por otro camino. Sólo cuando la fe y la vida van de la mano, las prácticas son consecuente con esa fe, y eso se nota. Es entonces cuando tu sal empieza a salar tu propio mundo por donde te mueves y llegas. El gusto y el sabor se esconde detrás de tus obras, que dependerán de tu fe.

Una fe que se apoya en la acción del Espíritu Santo, porque si vas de tu mano, caerás y perderás el norte de tu vida. Sólo en las Manos del Espíritu podrás encontrar el Camino, la Verdad y la Vida. Y en esa lucha y esfuerzo, tu vida se hace también luz, pues tus pasos y tus actos van dando testimonio y alumbrando el camino que lleva al Dios en el que crees. Tu fe enciende tu vida y la hace testimonio para que otros puedan ver también el camino del amor.

No es cuestión de salar y alumbrar, sino de vivir en el esfuerzo de dar sabor a todo aquello que nos rodea en la esperanza de imitar a Xto. Jesús, y de que, ese nuestro esfuerzo, con nuestras pequeñas y humildes obras sean luz y testimonio para que otros, viéndolas, se muevan a hacer lo mismo.

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