sábado, 26 de noviembre de 2016

UN DÍA MENOS DE VIDA AQUÍ, PERO UN DÍA MÁS CERCA DE TI, SEÑOR

(Lc 21,34-36)
El tiempo no se detiene. Va, eso sí, despacio, pero sin pausa y, siempre adelante. Y cada día borramos un día de nuestra vida, pero también nos acercamos, un día menos, a la Gloria de Dios. Nuestra vida es un camino, y un camino tiene principio y también fin. Su fin, aquí en la tierra, pero no así en la verdadera Vida con mayúscula que Dios nos ha dado. Porque salimos de Él y volveremos a Él.

Conviene, pues, caminar unido siempre al Señor, injertado en Él, como el sarmiento en la vid, Jn 15, 5, para no dejarnos engullir por las tentaciones de este mundo, que tratarán de agobiarnos y confundirnos; también de embotarnos y viciarnos para someternos y alejarnos del camino del Señor.

Estemos siempre vigilantes y despiertos en el Espíritu Santo para no dejarnos aturdir ni invadir por las cosas de este mundo que tratan de separarnos del Señor. Pidamos estar siempre despiertos pidiendo fuerzas y en perseverante oración para liberarnos de las garras del demonio, que juega con las cartas de este mundo a su favor para distraernos y perdernos.

Si nos dejamos dominar y sustraer por los vicios, los placeres y todas las ofertas de este mundo, por las cuales sentimos inclinaciones por la naturaleza débil de nuestra carne, viviremos tan deprisa que no nos daremos cuenta del tiempo de nuestra vida y se nos echará encima nuestro final. No podremos ver, pues nuestra ceguera es tal que nos impedirá reconocer al Señor. Eso explica que muchas personas en los momentos finales de su vida quedan atrapados por sus afanes materiales y encadenados a ellos. Y les llegará el momento sin darse cuenta. Son prisioneros del demonio.

No perdamos tiempo y busquemos al Señor. Su Misericordia está abierta al perdón de todos aquellos que lo soliciten arrepentidos. Es hora de preparar nuestra hora final esperando la llegada del Señor, que pronto nacerá, adviento, en nuestros corazones.

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