miércoles, 21 de agosto de 2019

AMOR MISERICORDIOSO

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Mt 20,1-16
Nuestra justicia es limitada y entiende que no da más sino en la medida que es correspondida. Es decir, diríamos que nuestro amor, porque es humano, está sujeto a dar según recibe. Por eso, es lógico que nuestra justicia quede sujeta a nuestro trabajo y no podamos entender que quienes hayan trabajado sólo una hora puedan recibir el salario correspondiente a una jornada.

Sin lugar a duda, no entra en nuestra cabeza esa forma de justicia ni nuestro pobre intelecto está preparado para poder comprender esa forma extraordinaria de amar hasta el punto de no exigir ninguna contrapartida o condición al respecto. Es una amor sin limite e infinitamente misericordioso. Se descubre que sólo Dios puede amar de esa forma. Por eso, nos es difícil entender como nuestro Padre Dios nos puede amar de esta forma sin merecerlo.

Es imposible para nosotros que, sin merecer nada, se nos ofrezca gratuitamente compartir la Gloria de Dios sin exigir nada a cambio. Porque, lo que se nos está exigiendo es lo que nosotros también queremos. A todos nos gustaría ser el hombre perfecto o la mujer perfecta. Todos nos gusta mirarnos en aquellos que son generosos, dados al bien común, serviciales y hombres y mujeres de bien, que viven en la verdad, justicia y buscan la paz. Tal es así que los distinguimos con honores y los ponemos como ejemplos a imitar. Sean ejemplos de ello los galardonados con diferentes premios y honores como el Nobel de la paz y otros.

Pues bien, nuestro premio es único. Se nos invita a compartir la Gloria con nuestro Padre Dios y Vida Eterna junto a Él. Es lo más grande y lo que todos, conscientes o no, buscamos. Es lo que nos está descubriendo y revelándonos el Señor hoy en el Evangelio. Nos dice que él es Inmensamente bueno y que por su Infinito Amor  quiere regalarnos el salario, por supuesto inmerecido, de la Vida Eterna. ¿Hay algo más grande y deseado?

Es para, si nos paramos y meditamos serenamente, quedarnos perplejos. ¡Qué grande es el Señor! Es indudable que no nos entra en la cabeza por nuestras carencias y limitadas capacidades, pero es realidad su Infinito Amor Misericordioso, porque es lo que me dicen mis perplejos ojos y me lo revela su Palabra y el testimonio de sus apóstoles. Ha entregado su Vida en su Hijo, el Señor, hasta morir en la Cruz por mí, que no lo merezco ni he trabajado lo necesario para ganarme el salario recibido. 

¿Y yo, correspondo a ese Infinito Amor? ¿Trato de amar de esa misma forma? Porque, ese es el camino de perfección, seguir al Señor hasta, por su Gracia, llegar a amar como Él nos ama.

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