Sin lugar a duda, todos estamos llamados a entrar en el Reino de los Cielos por la Misericordia de Dios. Indudablemente, no por nuestros méritos, sino por la Infinita Misericordia de Dios. Y esa Infinita Misericordia de Dios, inmerecida, nos da derecho a acceder al Reino de los Cielos, pero no de cualquier manera. Hay un camino marcado y señalado por el Señor. Precisamente, a este respecto nos lo aclara Jesús diciéndonos que Él es el Camino, la Verdad y la Vida.
En este camino, el de nuestra vida, nos encontramos con muchos peligros y obstáculos. La ambición por las riquezas es el más peligroso, pues ellas nos llevan a posterga al Señor y a las personas a un segundo plano y poner como prioridad de nuestra vida los bienes materiales y las riquezas como primeros objetivos e intereses principales. Y Jesús, nuestro Señor, que nos conoce mejor que nosotros, nos lo advierte: «Yo os aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos. Os lo repito, es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos».
Cuando el Señor nos dice estas palabras tan fuertes es porque son un peligro difícil de superar. Nos lo advierte y nos previene contra ellas. Y no porque en sí las riquezas sean malas, sino porque nos tientan a ponerlas en el centro de nuestro corazón y desalojar al Señor a un lugar secundario, que terminará desapareciendo de nuestra vida.
Por lo tanto, todo lo que nos ofrece nuestra vida no es válido para el Reino de Dios. Tendremos que saber elegir bien para que el Reino de Dios crezca entre nosotros y ocupe el centro de nuestro corazón. Tenemos que injertarnos en el Espíritu Santo para que nos auxilie a discernir bien el camino que tenemos que tomar y de los peligros que tenemos que alejarnos o desalojarlos de nuestros corazones.
Lo verdaderamente importante es dejar crecer el Reino de Dios entre nosotros y para eso se hace necesario permanecer en el Señor y no perder de vista que al final recibiremos el ciento por uno. Será muy importante fiarnos de la Palabra del Señor y creer en ella. Nunca ha fallado porque el Señor tiene Palabra de Vida Eterna.
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