Jesús vive y está
presente en el día a día de nuestra existencia y en la del mundo. Desde la hora
de Pentecostés el Espíritu de Dios se hace presente en nosotros y nos
acompañará durante todo el recorrido de nuestra vida hasta nuestro último día.
Un Espíritu que recibe del Hijo y del Padre, pues todo lo del Padre está
también en el Hijo y lo derramará sobre aquellos que creen en Él.
Un Espíritu de la
Verdad que nos anuncia el Camino, la Verdad y la Vida y que nos irá
fortaleciendo en la fe y alumbrándonos el camino a seguir. Un Espíritu que nos
recuerda de dónde venimos, se hace presente en el hoy para construir el mañana
paso a paso. Un Espíritu que se nos hace presente en todo tiempo y en todo
lugar y que nos recuerda en cada momento que Jesús Vive, ha Resucitado y nos
espera en su Gloria para vivir en plenitud de gozo y felicidad junto a Él.
Un Espíritu que
nos transforma y nos hace sentirnos hijos del Padre, amados y en la presencia
de Dios. Un Espíritu que nos une a la historia de la Iglesia que camina
triunfante en comunión con los que están purgando y en estado activo de camino
hacia la Casa del Padre. Un Espíritu que nos fortalece para que podamos
soportar el camino de cruz que nos lleva al encuentro con Jesús, abrazar su
cruz y a Resucitar en Él para gloria de Dios Padre.
Nuestra misión como cristianos es mantener vivo el fuego que Jesús trajo a la tierra, es decir, el amor de Dios. Sin ese fuego del Espíritu la tristeza reemplaza a la alegría, el servicio se convierte en esclavitud y la rutina sustituye al amor (Papa Francisco 170321).
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