Es la única forma de dar frutos, ser alimentados de la Savia que da la Vida, nuestro Señor Jesús. Sin permanecer injertado en Él nuestros frutos serán frutos de perdición, de codicia, de vanidad, de poder, de riqueza o de desamor. Frutos que nacen de estar en y con el mundo, demonio y carne, los tres grandes peligros del alma.
Nuestra
experiencia nos dice que nuestro camino por este mundo debe estar siempre
apoyado en alguien. También, nuestra experiencia nos va descubriendo que hemos
crecido y alcanzado el desarrollo apoyados en la familia y en muchos otros que
nos posibilitan llegar a nuestra madurez. De una u otra forma caminamos
apoyados en alguien.
Siempre tendremos,
por mucho que tratemos de evitarlo, el impacto hiriente de la vida diaria.
Nunca estaremos a salvo de peligros y dificultades con las que la vida nos
amenaza y siempre necesitaremos el apoyo de alguien que nos ayude a superar
esos obstáculos. Y sabemos que el mundo, demonio y carne no son garantía de bien
sino todo lo contrario, nos llevan al desaliento y a la perdición. Tratan de
seducirnos par luego hundirnos y perdernos.
Sin embargo, la experiencia de saber que injertados en Jesús tenemos la esperanza de fortalecernos y superar todos esos peligros y amenazas nos llena de esperanza y de ánimo. Es precisamente eso lo que necesitamos, unirnos a Jesús e injertarnos en Él para dar frutos de amor y misericordia. Esa son precisamente sus últimas palabras del Evangelio de hoy miércoles: … Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos».
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.