Ese es el
interrogante de nuestra vida: «descubrir el amor
que hay dentro de nosotros». Un amor que se
prolonga y se sostiene en nuestro Padre Dios. Un amor por el que hemos sido
creados y, también, salvados. Un amor que nos invita cada día a amar como somos
amados por nuestro Padre. Un amor fraterno que nos hace hermanos e iguales, e
hijos de un mismo Padre.
Ante este hermoso
horizonte, Jesús llama a sus discípulos, y entre ellos nos encontramos hoy, después
de XXI siglos, también nosotros. Tú y yo, y de nuestra voluntad dependerá, por
un lado, darnos cuenta. Y por otro lado, comprometernos a que ese amor que vive
dentro de nosotros bulla y llegue hasta contagiar a los demás.
Porque, de eso se trata, de contagiar el mundo de amor. De verdadero amor fraterno, un amor que busca y trata a los demás como se trata a sí mismo. Un amor como el que nos enseña Jesús hasta el extremo de estar dispuestos a dar la vida por el bien de los demás. Una vida que no se entrega en un acto de heroísmo, sino en el día a día y con un servicio generoso, humilde, paciente y misericordioso.
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