Compartir no consiste
simplemente en dar algo, quizás de lo que te sobra, sino dar con la buena
intención de poner el esfuerzo y en disponibilidad, no solo lo que buenamente
puedas, sino toda tu persona. Es ser consciente de que hay que compartir con
todos aquellos que necesitan, no sólo satisfacer su hambre, sino sus inquietudes,
su sed de aprender, de conocer al Señor, de ser y crecer como persona.
Y, por tanto, en
consecuencia, no sólo dar, sino darte de tu tiempo y persona en contribuir a
manifestar y testimoniar la Palabra de Dios. Un Dios que nos ama con Infinita
Misericordia, y nos invita a amarnos unos a otros como Él nos lo ha demostrado
en la Persona de su Hijo, nuestro Señor, en su venida a este mundo.
No se trata de
dar, sino también de darse. Y en ese darse se esconde el misterio del
compromiso de amor con todos los necesitados. Un darse que implica el esfuerzo
de compartir todo lo que tengamos y podamos en beneficio de los que necesitan,
no solo calmar su hambre y sed, sino también sus deseos de crecer y madurar
como personas dignas de ser verdaderas hijas de Dios.
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