Nos cuesta, o
mejor, nos resulta muy dificultoso reconocernos pequeños, pero, sobre todo,
indignos de presentarnos delante del Señor. Es verdad que lo decimos cada vez
que comulgamos, pero una cosa es lo que se dice y otra, muy diferente, lo que
se vive y como se vive.
Posiblemente no
tengamos capacidad para darnos cuenta de la grandeza de, a quien recibimos y,
quizás mediatizados por la frecuencia de recibirlo, nos acostumbramos a hacerlo
sin caer en la cuenta de a quien estamos recibiendo. Recordar y tener en cuenta
esas palabras de aquel centurión nos aviva y advierte la importancia y grandeza
de lo que significa y tiene la comunión.
Es evidente que
creer en Dios es darnos cuenta de que Él nos ha creado tal y como somos, y de
que también ha creado todo lo visible e invisible que no alcanzamos a ver. Por
lo tanto, descubramos nuestra pequeñez, no sólo para darnos cuenta de nuestra impotencia,
sino para apreciar y maravillarnos de la Infinita Misericordia de nuestro Padre
Dios.
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